domingo, octubre 08, 2006

Pequeño homenaje a mi profesor favorito


A Arturo Alape le gustaba que yo lo invitara a tomar café los jueves en la mañana, después de la clase de asesoría de proyectos. Podría aprovechar el silencio de su muerte (ocurrida el sábado en Bogotá) para hacer alarde de una amistad que, honestamente, no existió del todo.

Pero sí fuimos muy cercanos durante unos meses en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Tomábamos café en la calle 23 con 5a. y hablábamos de mi proyecto de tesis de grado sobre "el pecado".

Decía mi maestro que el primer requisito para escribir algo bueno era tener pasión. El segundo, ser muy organizado y saber separar la realidad de la ficción.

Disfruté mucho con ese humor tan suyo, que era fácil confundir con amargura. O quizás era precisamente eso, amargura, camuflada con humor.

Alape y yo sabíamos que había algo raro en el hecho de que un joven judío de "centro derecha" y un comunista consumado y confeso se sentaran a hablar largas horas.

EL ritual se repitió por muchas semanas. Él daba por terminada la clase y me decía simplemente "¿un café mi estimado pecador?". Caminábamos una cuadra y nos sentábamos a renegar. El siempre llevó su pequeño maletín de cuero color miel y su chaqueta de paño (¿o lana?) a cuadros. Mezclaba azúcar en el tinto, moviendo la cuchara por más de un minuto, tiempo que me parecía exagerado. Tenía la costumbre de mirar alrededor con insistencia. En un par de oportunidades se dió cuenta de que lo sorprendí y respondió "los comunistas somos paranóicos".

Nunca nos pusimos de acuerdo sobre la metodología de trabajo y el planteamiento de mi proyecto. A él le parecía que yo quería abarcar mucho y que terminaría perdiendo el rumbo de la investigación. También insistía, con insistente insistencia, que debía leer su libro "Tirofijo, los sueños y las montañas" para entender cómo se debe abordar un tema con profunda investigación en lenguaje literario.

No lo terminé de leer...

En la entrega final de mi anteproyecto él, visiblemente molesto por mis terquedades, escribió en la portada de mi escrito "cuando no hay interlocutor, no hay diálogo" y omitió una calificación numérica.

Era el año 1996. No volví a ver a mi profesor favorito.

miércoles, octubre 04, 2006

El miedo a las tetas

(Colaboración para el diario La Prensa de Panamá)

Comienzo por contarles lo que ví y ustedes también vieron. Era lunes y se transmitía el informativo estelar de un canal de televisión.

1. Un hombre de 31 años -que acaba de ser asesinado- es llevado en brazos por sus amigos. (Esta imagen se repitió tres veces durante el informativo). Brillante trabajo del camarógrafo que captó la cara del muerto, para que no quedara duda de que estaba “bien muerto”.
2. Una mujer de edad madura que fue agredida con una botella, llora ante las cámaras de televisión y relata lo sucedido.
3. Un hombre fue asesinado por una cerveza. Pero como no había cadáver para enfocar con cámara, nos tuvimos que conformar con el charco de sangre fresca que derramó la víctima.
4. Un menor de edad (que, honestamente, tiene porte de bien mayorcito) fue detenido por resultar implicado en el asesinato de un fiscal. Su rostro es cubierto por un efecto digital de edición (no es para evitar que nos horroricemos, sino para proteger su condición de menor). Sin embargo, el esfuerzo periodístico logró una toma sin camisa y enfocó uno a uno sus tatuajes. Lo pasaron despacio, muy despacio (yo conté 20 segundos) para que los televidentes alcanzáramos a leer los nombres de sus novias y la palabra “viola” escrita encima de las tetillas. (Guardemos esta palabra para unos párrafos más adelante). Para quienes no alcanzaron a verlo, hubo una segunda y hasta una tercera oportunidad, puesto que la escena se repitió tres veces.

Presento excusas a los lectores porque, por cuestión de espacio, no puedo dar la lista completa. Así que...

¡Tiempo para los comerciales!

En medio de las ofertas de los anunciadores, se anuncia el estreno en Panamá de “Sin ESTAS no hay paraíso” una controvertidísima serie de televisión producida en Colombia y que se llama originalmente “Sin TETAS no hay paraiso”.
Disculpen por mi atrevimiento y falta de glamour. Acabo de usar una palabra prohibida. Quizás seré censurado y ustedes no puedan leer estas líneas porque la palabra “teta” es considerada sucia, del bajo mundo, no apta para menores de edad, mejor dicho, vulgar.

Por eso, como una forma de respeto al público y para honrar las buenas costumbres, las directivas del mismo canal en el que transmiten el noticiero decidieron variar un poco la palabrita aquella y la dejaron simplemente como “estas”. En otras palabras, se curaron en salud y trasladaron la responsabilidad del morbo a los televidentes: “allá ustedes si le quieren buscar un doble sentido”, parecen decir.

Dejemos la sátira y hablemos claramente (me refiero a estas líneas). Hablemos de las cosas con la misma crudeza que nuestros periodistas nos reseñan la violencia. ¿Por qué temerle tanto a una palabra castiza, que aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua? ¿Por qué no se aplica la misma censura al esfuerzo de los reporteros por mostrar sangre fresca, lágrimas en ojos, tatuajes en las tetillas y hasta la cara del muerto? Les ahorro la consulta: teta es “cada uno de los órganos glandulosos y salientes que los mamíferos tienen en número par y sirven en las hembras para la secreción de la leche”.

Los comunicadores sociales sabemos (porque lo enseñan en la universidad y lo comprobamos en la práctica) que, cuando se trata de conquistar audiencia, la sangre y el sexo se ofrecen como fórmulas milagrosas. Por eso tienen tanta acogida los tabloides que cumplen con lo que parece ser una estricta regla: muerto en portada y nalga en la última página. (Sí, nalga también figura en el diccionario).

Los periodistas estamos, en teoría, preparados para sortear el hecho de que los humanos somos morbosos por naturaleza y ello exige un alto grado de responsabilidad. Al escribir, al grabar, al fotografiar, al editar, debemos buscar los ángulos adecuados y las palabras precisas para ser fieles (muy fieles) a la verdad sin caer en el amarillismo. Debemos ser magos para encontrar un punto de equilibrio entre los intereses económicos de los medios que nos contratan y la responsabilidad social que implica nuestro oficio.

En medio de las angustias por ser los primeros en informar y ganarle a los colegas de la competencia, los periodistas debemos darnos un tiempo para pensar antes de decir, antes de señalar, antes de nombrar y antes de mostrar. Estamos obligados a ser humildes, honestos y sensatos cuando sabemos y entendemos que sin tetas no hay paraíso... y sin sangre no hay audiencia.