Un viejo amigo al que no quería ver
35 años tuvieron que pasar para comprender que ese dichoso miedo a la muerte no era otra cosa que el pánico a la vida. Azury Chamah F.
Hago una precisión. Tengo más de cinco lectores. Creo que son siete u ocho. Los últimos días que he tratado de escribir, abandono al tercer o cuarto renglón. No se trata de que no tenga nada para decir. Simplemente hay días en los que las palabras salen "deliciosamente deliciosas".
(Aclaro que hoy escribo por fidelidad con mis lectores y no porque esté en la "deliciosura")
Becky, mi perra, conoció el mar. La llevé a Punta Barco, una playa cercana a la ciudad y a la que algunos llaman Punta Narco por razones que hoy me da pereza exponer. ¡Es reconfortante ver la felicidad de una mascota!
Becky nadó, nadó, nadó y nadó como si lo hubiera hecho toda su vida (suena un poco ambicioso eso de "toda su vida" cuando apenas acaba de cumplir cinco meses). Mi homeópata debe darse por bien servido puesto que hice caso a su recomendación.
Volvamos a hoy lunes. Primer lunes de estar desempleado voluntariamente. Se siente raro. Me han hablado de dos posibilidades de trabajo pero ni siquiera me ha interesado estudiarlas.
Me estoy dando permiso de ser un vago por unos días o, con palabras más dulces, darme un merecido descanso antes de emprender nuevos proyectos.
Ah, el título de hoy se debe a un mail que me llegó hace un rato de Juan Uribe. Dice que Jack le recomendó mi Blog y le pareció así: Alucinante.
Gracias.
Una canción de Charly García termina diciendo: "Solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien".
Otra canción menos famosa de mi amiga Liliana Carrera -quien supongo que vive en Bogotá y sigue siendo abogada- comienza con una frase deliciosa: "Llevo tanto tiempo revisándome la piel y mientras tanto viendo al mundo absorto ante la desnudez".
Por convención colectiva, la semana comienza el lunes. Es decir, a esta hora está comenzando una semana que para algunos es santa y para otros no tan santos es una simple semana.
Para personas como yo, comienza de nuevo la dieta, se renueva la voluntad para dejar de fumar (que fracasará antes de la media noche) y se pronuncia nuevamente el compromiso de seguir escribiendo la novela que sabemos.
Lunes, día femenino (por la luna). Día de madrugones y de retrasos, de congestión vehicular, de resignación y de migrañas. Día de miedos aun no superados, de camisas recién planchadas y café en la mañana.
Lunes en la mañana: surgen las ganas de ir a cine en la noche, de cenar con los amigos, de ganar más dinero, de abrazar la perra hasta que se queje, de sacarle el cuerpo a la afeitada.
Comienza la dieta, 207 libras. Al final de la semana debo estar más liviano. Lunes, dia de sentir que vamos viviendo, pero que nos estamos acercando a la muerte.
¿De dónde carajos sacó esa frase Charly García?
Mauro me pidió ayer que le prestara un libro porque, sencillamente, quería leer. Pero también quería que yo le eligiera el título. Ridículo pero sesato, deseé de corazón tomar de mi biblioteca un ejemplar de "Una peluca para Luka".
Es una novela que narra la historia de una peluquera que a finales de los ochentas y luego de consultar su carta astral huye física y mentalmente de la violencia de Medellín y se instala en la capital de vecino País X, del que no menciona nunca su nombre por respeto pero del que si se sabe que es el único que tiene un canal que une dos océanos.
Después de pasar las duras y las maduras, funda su propia peluquería, "Tu cambiarás", en honor a una canción de Nino Bravo.
Desde su templo de blowers y tintes, Luka observa el desmoronamiento de un régimen militar en cabeza de un narcotraficante, mientras los hombres convierten en licor su salario y las mujeres abren las piernas a cualquier rubio de ojos azules para poder tener un hijo con apellido extranjero que se llamará Usaír o Mellinton, o Yakson Tailor.
La historia está deliciosamente bien escrita, con un humor cautivador y con mucha filosofía camuflada entre la ironía de la peluquera quien se las arregla para ir narrando su infancia en el barrio Buenos Aires desde donde tenía vista al río contaminado de la capital de Antioquia al que iban a parar las diarreas de su neurótica madre cuando se ponía nerviosa.
El lector descubre que el verdadero nombre de Luka es Lucas -en masculino- y se sorprende al descubrir un increíble secreto de la protagonista pero también del universo.
En fin. Mejor no contemos mucho sobre el dichoso librito porque es posible que alguno de mis lectores lo adquieran algún día.
Mejor contemos otra historia un poco más cercana y quizás menos literaria.
Hay un tipo de 36 años que vive en Panamá, trabaja muy duro y llega tarde en la noche, muerto de cansancio, pero con muchas ganas de terminar una novela. Ese soy yo. Esa es la historia.
Mientras tanto, he recomendado a Mauro que lea La ciudad y el pilar de sal de Gore Vidal.
Pronto, no se cuándo pero será pronto, espero que lean Una peluca para Luka, de Azury Chamah.
Sábado. Becky está nerviosa. Se asusta con todo. Desde el jueves en la noche, cuando se terminaron los Marlboro, no he vuelto a fumar. Dejemos así. Hoy no estoy para escribir. Además, hoy está prohibido hacerlo para los judíos. Prohibido... buen tema, ya tengo algo en qué pensar.
Pásenla bien hoy.
Es la primera vez que chateo con mi amigo Jack B.
Somos hermanos desde hace un siglo. Nunca hemos peleado y ahora que lo pienso, creo que algunos de mis mejores cigarrillos los he fumado con el.
A esta hora él está en su apartamento en Bogotá, con una taza de café y sintiendo exactamente lo mismo que yo: Que hay amistades invulnerables.
Panamá: 25 grados.
Bogotá: 14 grados.
Panamá: Se terminaron los cigarrillos anoche.
Bogotá: Un cenicero lleno y dos o tres paquetes comenzados en distintos lugares del apartamento.
Panamá: Hoy viene Enelda a arreglar el apartamento.
Bogotá: Mañana sábado viene Paulina.
Panamá: seis tazas y dos platos sucios en el lavaplatos, esperando a Enelda.
Bogotá: (No hay datos, pero podria ser similar).
Panamá: ¿Cuándo serán las 9 de la noche para salir del trabajo?
Bogotá: ¡Falta un siglo para que sean las 5 de la tarde!
Panamá: Me tengo que meter a la ducha pronto
Bogotá: Me tengo que meter a la ducha ya mismo.
Panamá: ¡Como quiero a Jack!
Bogotá: ¡Como quiero a Azury!
Becky decidió que hoy el día comenzara más temprano. A los perros y a los pájaros (y supongo que a todos lo animales) les gusta que el nuevo día llegue y le hacen un homenaje. Es increible la lección que deja ver un animal que simplemente luce feliz porque ha vuelto la luz... ¡que simple!
Quizás esa es la función de las mascotas. Enseñarnos o, mejor dicho, recordarnos algo tan elemental. Qué curioso es eso de sentirse "fatal" al despertar como nos ocurre a los neuróticos.
Nos bebemos un café negro para "estimularnos", como si no fuera suficiente que la vida nos regala otro nuevo día y nos ratifica que hay un orden perfecto en el que nosotros tambien podemos matricularnos gratuitamete.
NO tuve una buena noche, pero allí está el sol. Allí están los trabajadores del edificio vecino produciendo el polvo que ensuciará las ventanas y que caerá encima de lo que ayer limpié. Abajo hay un señor con un megafono que vende chicha. En este país la chicha es sencillamente un jugo con más agua. Los obreros de la costrucción saben que la chicha de veinticinco centavos está "llena de energía". No importa la calidad de las naranjas ni del agua que se le echa para rendirla. Energía tambien tiene el chichero y las baterías de su megáfono que despierta a los vecinos.
Es curioso que en la vida hay dos grupos de personas. Uno, conformado por quienes sencillamente se despiertan en las mañanas y el otro integrado por quienes son despertados con el reloj, con la mascota que se muere de ganas por ir a cagar y orinar, con la televisión que es programada para encenderse a una hora determinada o con el compañero de apartamento que dice "levantate que ya esta tarde".
En eso consiste la vida, en despertar. Lo maravilloso es que cada uno lo hace a su manera, a su ritmo. Para lso del segundo grupo suele ser una experiencia abrumadora, para los del primero es una experiencia de vida.
Hoy es martes, otro martes, otra chicha, otro café negro de los que tanto disfruto y otro Marlboro que aunque vaya en contra de la salud y el equilibrio, hace parte de mi despertar. Así lo elijo y aunque quisiera, no me salgo del orden universal.
Becky sigue debajo de mi silla, sacándole más jugo (o chicha) al platico de plástico que ustedes ya conocen. Esa es su misión en este momento. La mía, a estas horas, es escribir el Blog que, al parecer, no me ha quedado como yo esperaba.
Feliz martes, feliz vida para todos.
Azury
Si se tratara de ser preciso, dominguitis significaría la inflamación del domingo. En mi caso, el término es válido, aunque lo de "itis" tenga que ver más con la intensidad, exageración y el miedo.
Odio los domingos, con el alma y con el corazón, con el hígado, con el páncreas y con los testículos.
En el Medellín de mis tiempos, la gente de Laureles salía con la manguera a lavar el carro en la calle, sin bañarse, sin peinarse y si se tenía perro, se aprovechaba de paso para darle también un baño. Mejor dicho, quedaban más limpios los dos compañeros de cuatro patas que el mismo dueño.
Aunque para algunos esta escena (que ojalá siga presentándose por los lados de la Bomba de los Almendros) podría ser un pequeño homenaje a la sencillez de la vida, a la felicidad que otorgan las pequeñas cosas, en mi caso nunca pudo ser más deprimente.
Domingo era sinónimo de migraña, pánico, de asco al ver a los "parceros" caminando hacia el estadio. Aburrimiento al extremo, la mareadora vueltica oriente, la ida a la finca a comer asados con el carbón que vendían en El Exito y que nunca encendía.
Domingos de aquellos tiempos, gracias a Dios que quedáisteis en el pasado, en el inconsciente. Domingos de mierda de aquellos tiempos que tuve que sacar después en el diván del psicoanálisis con el Dr. Dapena.
Mi madre dormía la siesta para tratar de dormir también alguno de sus males. Yo vigilaba su respiración mientras me mordía la lengua. Mi padre se dedicaba a leer y releer libros que sólo el comprendía.
Mis hermanas , en lo de ellas.
Yo solamente deseaba ser grande para ser presidente de la república y decretar de tajo la desaparición de ese día.
Pero crecí a pesar de los domingos. Adelantemos la película treinta años. Hoy es domingo. Hoy trabajaré hasta las 8:00 p.m. mejor dicho, hasta que quede poco de domingo.
Por lo menos he sobrevivido, aunque en otro país. Ya no hay tanta migraña, ya no hay tanto miedo, aquí ya no hay clásicos del Dim con Nacional.
Ahora me dedico a atender los clientes que le apuestan al club de mercancía que juega con la Lotería Nacional.
En un rato, saldré a buscar un billete con el número 27. Mi madre me lo ha pedido. Dice que vio a Walter Mercado en la televisión diciendo que los nativos de acuario estamos en una semana de mucha abundancia.
Ya les contaré.
Aquí estoy con mi Marlboro rojo, la taza de café negro que yo preparé (Mauro esta dormido, hoy no trabaja).
Bueno, dejemos así por ahora. Al fin y al cabo no es tan mal día.
La vida me ha cambiado.
Quizás yo he cambiado en la vida.
Ahora mi mascota es una perrita labrador que se llama Becky.
Hoy, viernes en la noche, me doy un espacio para recordar que anoche soñé con Truman, un gato que tuve.
El día de su muerte, escribí unas líneas.
Esta es una buena noche para recordarlo.
Mi madre odia hacer negocios en este día. Dice que es un mal augurio, que finalmente todo queda aplazado para el lunes, algo queda faltando... cosas así.
Me gustan los viernes. Tienen saborcito a pan trenzado y olor a velas de Shabat.
Me gusta recordar los buenos tiempos de viernes en la noche, cuando la mesa estaba llena. Un viernes en casa, el siguiente en casa de los tíos.
Nunca se hizo la bendición del vino completa. La versión resumida era suficiente para ir creciendo y para recordarnos una noche a la semana que éramos una familia judía.
Un viernes en la noche preparé una "lonchera" con las sobras del Shabat para desayunar en la cama. No fue tan fantástico como lo había imaginado. La comida estaba fría y tampoco tenía hambre. Pero ese había sido mi plan. Tenía un proyecto concluido pero... así son las reglas de juego. Al llegar a la meta, queda un vacío.
Esta noche saldré tarde de trabajar. Sin embargo, iré donde los Trapunsky a un Shabat con pollo, pan trenza y platos desechables. Fumaré en su balcón y después me moriré de sueño. Allí estará mi hermana a quien no le he preguntado todavía si recuerda esos viernes en casa o en la de los tíos.
El café de hoy sabe igual que el de ayer. Mauro no tiene receta precisa para hacerlo. Simple intuición, simple rutina, quizás.
Hoy en día me gustan los viernes porque viene Enelda y se siente un olor a casa limpia y a ropa lavada. Claro, también comeré pan trenza, todo el que me quepa.
Shabat Shalom
No recuerdo de donde salió la palabra que nombra este día. No importa, ese no es el tema. Hoy amaneció y mi perra Becky me despertó como ya aprendió a hacerlo para que yo me ocupara de sus "quehaceres".
No tuve miedo. Quienes me conocen o por lo menos quienes se han topado con mi existencia física, saben de lo que hablo y de la importancia que tiene.
Dentro de una hora, exactamente, estaré rumbo a mi trabajo. Hasta ahora, he tomado agua de linaza en ayunas para bajar la panza, le di una merecida vuelta a Becky, le di su galleta canina y bajé al gym del edificio para trabajar veinte minutos en la caminadora.
Luego, un café negro que preparó Mauro. Hoy le quedó delicioso. Anoche me quedó un Marlboro que me estoy fumando al lado de las teclas y del mug verde que la empleada (Enelda) no ha roto.
Jueves, a lo Charly García, Jueves otra vez, sobre la ciudad, la gente que ves vive en soledad.